De la Belleza Olvidada….
Los mapas hablan mucho de los sueños. La tentación de las costas recortadas y olvidadas es casi irresistible para alguien que se reconoce atraído por los finales del mundo. Hay algo fascinante en todos esos lugares que se adelantan sobre la tierra, como la ría de San Martín, que preside la costa de Suances. Un mundo dormido, unas pocas millas de mar plagadas de un paisaje tan fantasmal como hermoso, donde la luz se cuela entre los esqueletos de madera y hierro a capricho de las mareas.
En sus varios kilómetros emergen barcas abandonadas, atraques antiguos y viejas chatarras semihundidas. Es un agradable paseo de una hora larga a pie al que conviene ir abrigado por estas fechas. Es como un espejismo en la mitad de la nada. Más bien, un milagro de la tenacidad del hombre. En este camino se cruzan las antiguas instalaciones de la Asturiana de Zinc, hoy Azsa, con las aves habitan en los recovecos del carguero, las viejas naves y el carro varadero semiabandonado.
En estos tiempos que corren, resulta todo un placer descubrir caminos que permanecen como al margen de todo, incluso del propio tiempo. Antaño este carril bici, que une Hinojedo con Suances, fue el camino marítimo que utilizaron las grandes navieras para llegar hasta el Puerto de Requejada, hoy desahuciado por Puertos del Estado y Capitanía Marítima y recuperado por el Gobierno de Cantabria. Es un lugar de enormes contrastes y continuas sorpresas. Hay garzas, antátidas (patos y gansoso), gaviotras, escribanos palustres y alguna que otra rapaz que sobrevuelan a la caza y captura de alimentos.
Aquí cada paisaje escribe una historia. Eso se entiende muy bien en la cabecera de la ría de San Martín de la Arena. Un lugar tan mágico que las aguas no saben muy bien hacia donde deben ir. Viven una extraña placidez que refleja mucho del espíritu marinero. Del mar embravecido del Cantábrico, a las rurales y adormecidas tierras interiores.
Es una ría con Historia, en mayúsculas. El yacimiento arqueológico de La Mota de los Tres Palacios, un recinto fortificado en tierra característico de Europa Central, se levanta en las inmediaciones. Ubicada en un terreno llano, se encuentra cercana a pequeños cursos de agua que pudieron servir como refuerzo natural de las estructuras defensivas.
El silencio sólo se rompe por el canto de los pájaros que buscan sustento en la ría y, de vez en cuando, por el sonido de las cadenas de los ciclistas que recorren esta artería fluvial. Es una costa dormida, inalterada y fiel todavía a sus viejas costumbres, tan cántabras y tan marineras. Entre Hinojedo y los Cantos se suceden las embarcaciones solitarias, vestigios de arqueología industrial y botes de pescadores que en verano reviven. Pero el estío es por estas latitudes una estación corta que rápidamente deja paso a la vida cotidiana de los hombres de la mar que pescan en los aledaños de la deslumbrante casa de Pepe, el buzo.
A sus espaldas, sin nadie a la vista hasta ahora, aparecen dos puentes modernos sobre la ría de San Martín, para salvar los acantilados y la discontinuidad del dique sobre el que discurre el carril-bici. El primero de ellos, de trazado curvo y mayor singularidad, vuela desde el dique recuperado hasta Los Cantos, y se ha diseñado con una longitud de 120 metros. A medida que se avanza hacia el mar se intensifica la vegetación.
Fuera del sendero, a escasos metros, se levanta el convento de Santo Domingo, en Cortiguera, en un posible yacimiento arqueológico junto a la ría de la Arena. Los historiadores consideran que aquí estuvo la iglesia medieval de Santo Domingo de la Barquería, fundada en 1078. En la misma localidad está la torre de los Barreda, vestigio de una antigua fortaleza. Después del paseo, ya en Suances, se puede recobrar fuerzas en cualquiera de los múltiples restaurantes que afloran en La Ribera, con sus deliciosos pescados o platos con el sabor tradicional del mar.